Recuerdo desde pequeñita que deseé tener hijos. Entiendo que hay mujeres que no les pasa y que les viene este deseo más tarde en la vida, pero desde que tengo uso de razón deseé ser madre, estar embarazada y hasta lactar! Lo tenia muy claro desde temprano, alrededor de los tres o cuatro años.
Así que cuando me casé y llegó el momento de buscar bebés estaba muy emocionada e ilusionada en que llegara el día en que viera las dos rayitas azules en el famoso palito blanco!
Pasó el tiempo y ese día no llegaba. Comenzaban mis temores de que tal vez ese día nunca llegaría. Las visitas a los médicos, los estudios y la espera.
Finalmente, luego de tres años llegó el anhelado día, no vi ponerse azul las dos rayitas del famoso palito blanco, pero sí vi un hermoso POSITIVO en un examen de laboratorio que jamás olvidaré. Recuerdo exactamente dónde estaba y el día en que fue! Ha sido sin dudas uno de los más felices de mi vida. En mi segundo embarazo sí vi las dos rayitas azules ajajaj y tengo el famoso palito blanco guardado aún!
Nació mi primer tesoro y con ella un sinnúmero de emociones, sentimientos, miedos, alegrías, creo que me quedaré corta enumerado sensaciones porque llenaría el blog, pero creo que me entienden.
Vino el primer Día de las Madres!!! Wooow! No podía creer que un día que tal vez para muchos sea comercial para mi por fin iba a ser motivo de celebración, de realización, de un sueño de niñez cumplido! Finalmente, Dios me había dado la dicha y bendición de ser madre. Ese día quise ir a Misa temprano a dar gracias en especial por ese milagro, por esa concesión que Dios me había dado. Porque a veces tomamos por sentado las cosas que realmente queremos y que Dios y la vida nos dan. En este caso, este sueño como muchos, me había costado. Y estaba tan agradecida que quería demostrarlo de manera especial.
Cuando llegamos a la iglesia, estaba llena. Encontramos asiento en uno de los laterales del altar. Recuerdo sentir en todo momento un enorme nudo en mi garganta, pero no de llanto sino de felicidad, de dicha, de regocijo. Al final de la misa el sacerdote pidió que cantáramos a todas las Madres su Himno. En ese justo momento, se volteo y me miró y me dijo: venga joven madre suba con su hija al altar. Uff! Ese fue mi mejor regalo de madres de de todos los tiempos. Recuerdo subir al altar, y al momento de empezar a cantar abrazar a mi hija, que tenía cinco meses y dormía en mis brazos, y así mismo romper en llanto. Un llanto que no cesaba, un llanto desde mis entrañas, desde mi alma. Un llanto de agradecimiento infinito como jamás había sentido. Una felicidad plena.
Hasta hoy sigo con ese agradecimiento en mi corazón. No hay un día en que no de gracias a Dios por su bendición de permitirme ser madre. No todas las mujeres lo tienen. Y ahora lo comprendo mejor. Aún en los días que no sé si lo estoy haciendo bien, en los días que el cansancio arropa y la paciencia se agota, doy gracias por que soy mamá y no lo cambiaría por nada en el mundo. Feliz Día Mamá!